Paseábamos por la mancha con una cerveza, el rocín rodando y
las manos secas entrelazándose. Paseábamos por Paris y Londres, fingiendo ser
estatuas entre los sonámbulos, caminamos hasta por Tokio sin entender nada, sin
rumbo, ni caminos, ningún destino, con cero recuerdos compartidos.
Nos seguimos entre noches de carretera, festivales,
tumultos, autobuses, aeropuertos, casas familiares y las de los amigos, el
trabajo, las cabinas de radio, fiestas, aulas…él, siempre se las ingeniaba para
cambiar frenéticamente de ubicación, sin previo aviso. Yo siempre preparaba mi
mochila y me las arreglaba para seguirle y aun así quedarme aquí
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